domingo, 12 de octubre de 2008

LA VIOLENCIA Y ALGUNOS DE SUS ROSTROS

VIOLENCIA EN LA PUBLICIDAD...

Utilizar a las personas como objetos...
Estereotipar...





Al hacer este trabajo me cuiestioné que, para generar conciencia en la lucha contra la violencia, el daño al medio ambiente y la defensa de los derechos humanos... también se recurre a la imagen violenta.




Solamente en Montevideo y su zona de influencia, son bastante más de quince mil, las mujeres víctimas de violencia doméstica en los últimos diez años. En 2007 se realizaron 10.680 denuncias de violencia doméstica.



"Algunos niños desearían que sus padres fueran animales"


Otro rol de los medios de comunicación... jugar... ¿jugar?




¿Qué podemos hacer para romper este círculo?



"Niño ve... Niño hace."
"Haz tu influencia positiva"

viernes, 3 de octubre de 2008

Mira tus manos
si encuentras piedras
tíralas todas juntas.
Ellas no sabrán cuál es la primera.

Espigas de piedra

I

¿Cómo saber de qué lado avanza?
¿Cómo establecer su estatura?
Sin luz
no puedo encontrar mi sombra
no sé si camina conmigo.

II

Vuelven las manos a mentirse en su ritual cotidiano
de amasar la forma de un pan aparente en la matriz de sus huecos
a espaldas del espejo donde esperan las bocas cosidas
ajenas otra vez
saciadas de silencios.
Ni el cordero ni el vino se hacen milagro.
Sigue desnuda la mesa.
Las dedos son migajas. Anidan el desamparo de los bolsillos.

¿Cuándo fue cierto el sol
para el cielo deshabitado de los ojos?

III

Ahora la oración hace equilibrio
sobre el hilo virtual que abre en dos el dibujo de la boca.
Después el grito.
Se borran culpas y perdones
bajo el estallido de la lengua sin techo.

Desde este lugar
no encuentro el punto cardinal por donde amanece.

Carrera

Herederos de venas horizontales
hacia el vientre fértil de la tierra
el ansia quiere ser velocidad
y dispara hormonas de rugidos
la sed de la arena destroza las olas
el faro sin párpados hurga en Centauro
para alcanzar su estrella en fuga.

Saciarse
y patear la basura diaria.
¿Quién calmará el hambre
si brotan hoyos permanentes en la siesta de la boca?
Una lucha de soles
a zarpazos
quema sombras
para proclamar el destete del dolor
pero su instinto huérfano
resiste
y succiona a demanda sobre el tiempo.

Untar con miel la caridad
no hace más dulce la moneda que compra perdón
cuando mil cucharas vacías
suplican ante el desborde del plato.

Como albañiles tentados por el oficio
levantamos muros a los ojos
por donde pasamos
antes de empezar a rodar las manzanas por la puerta.

Alegoría de la caverna

«A veces se abre un pozo
debajo del corazón, y suben de golpe
las paredes de tierra sorprendidas
a incrustarse en la cumbre celeste. »

Amanda Berenguer


Era privilegiada. Bien dice el refrán: “en el país de los ciegos, el tuerto es rey” y ella era parte del aventajado menos del diez por ciento. Si se toma en cuenta que el gran resto del porcentaje de los niños del “cante” en el que vivía, eran registrados como hijos de padre desconocido, o lo que es lo mismo en los hechos, no tenían padre, es claro que su perfil desbordaba las posibilidades.
¡Ah, sí! Soledad no sólo tenía un padre sino que por añadidura, estrechaba su existencia entre dos madres. Una, Magalí, legítima, “la mamá de verdá” como ella aclaraba. Otra, amante de su padre, a la que llamaba tía Gladys, convividas en el pozo del desabrazo, donde Soledad amontonaba su infancia, queriendo desbrozarse de las malezas, tan ciertas como persistentes, abundándose desde el centro de su entendimiento.
Jefe del barrio de lata orillado en el olvido, saludado en apretados «ndía» «astárds» «énas» «asnóchs», apocopándose en onomatopéyicas frases, por costumbre de buenas costumbres, mezcladas al temor y al repudio, su padre, de alias vecinal “el Chato”, pródigo en ausencia de afectos, extrademoniado en mezquindades capitales, imponía el rechazo a rajatabla en una biografía irradiadora de negruras.
Soledad o “la Sole”, era de mirada escuálida y triste como su paso que ya había alcanzado poco más de cinco años destemplándose las fuerzas, sin lograr descifrar cuál de estas dos mujeres tenía, por derecho o por poder, el lugar de madre sobre aquel terroso espacio que habitaban y llamaban casa. Magalí, la oficialmente comunicada como dueña de ese lugar, era golpeada sin compasión por su padre, por su machismo bramador, irracional, una y otra vez, rehaciéndose en su dañino actuar, imperturbable.
Entonces, lo difícil para Soledad, lo verdaderamente difícil, era entender cómo, por qué, la mamá de verdad, aguantaba aquellas ferocidades. Lo verdaderamente difícil era, además, acostumbrarse a las tristezas que le abrían en el corazón las imágenes desplegadas en estos hechos.
Carente de toda capacidad de cuestionamiento reprobatorio, cuando el sobrante de pantalones en su hombría y los resentimientos malhabidos en sus músculos, lo conducían a considerar insuficiente el castigo corporal, ataba los hematomas, los edemas y las heridas de Magalí a una silla, transformándola en espectadora obligada de una muestra de pornografía en vivo con su tía Gladys.
Con el sol a punto de caer horizonte abajo, la macabra hendija de la puerta pantalló la escena en la asfixia de la mirada de «Sale». Vió y no pudo quedarse al siguiente capítulo. Escapó con los pies puestos en abismo.
Sus pasos amaestrados para no alcanzar lejanías, la condujeron a buscar amparo donde las almas no tienen cuerpos. El cementerio cobijó la noche de su cuerpo estatuado, arrulló la ausencia en sus ojos. Cuando el sol regresó para ocupar el trono del día, todavía estaba acurrucada en uno de los bancos del vasto parque, con el pulgar derecho en la boca, el brazo izquierdo rodeando sus piernas flexionadas, meciendo su mirada perdida sobre el suelo, como queriendo desenterrar una respuesta. La encontró una vecina, la que hacía tortas fritas y la convidaba, Fabiana, «la Machorra» como generalizaban en el barrio para hacer público su desprecio por mujeres como ella, incapaces de traer un hijo al mundo, mujeres estériles, inferiores, sin poder.
Presencia aliviadora, estacionada en el afecto que sentía por aquella niña querida por hija, llegó para darle mano a romper el nudo de su garganta. Acarició su enmarañada cabeza y con el mismo, conocido, suave tono de voz, sin giros retóricos, le preguntó—¿te acompaño?—... —contame... ¿a dónde vamos?—... —te traje tortas fritas... ¿querés una?—...
Sin responder, incrustada a la misma posición, Soledad aumentó el vaivén de su cuerpo. Sus ojos, ventanas abiertas al horror, permanecían con el minuto descolgado de la hora, fijos, sin latidos.
Fabiana se sentó a su lado y abrazó su silencio sintiendo el derrumbe de aquella infancia que desbordaba un débil cuerpo acunado a sí mismo.
Repentino, pálido, achatado, el dedo pulgar escapó de su boca y reubicándose, se integró a la mano. Alargó su brazo, salido del espanto, extendió el dedo índice y señalando el suelo, le mostró: —Mirá!... imirá cómo vuelan las sombras de los pájaros!