lunes, 29 de septiembre de 2008

El último sótano

Morir. Dormir.
Para siempre sin sueños.

La ciudad perdona mis manchas y esta sombra.
Restaura los huesos fémures
mientras mi occipital sigue latiendo en noche.
Está bien caminar
cuando la calle te sigue con sus adoquines sueltos
sin perro ni guía
sin testamento.
Sólo prismas de piedra viva,
temblor de piernas que sacude su aroma de años
al patear el tiempo.

Crepitan los álbumes
y lloran las fotografías cenizas del pasado.

No
ya no dormir sin hurgar en el último sótano.
Soñar patas arriba
y en el humo de una taza de café
despertar.

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